miércoles, 2 de noviembre de 2011

Para, piensa, actúa.

A veces me pregunto ¿sabemos diferenciar entre las cosas que tienen importancia y las que carecen de ella? Muy pocos saben marcar la línea entre lo primario y lo secundario. Yo, al menos, no sé hacerlo. ¿Cuántas lágrimas hemos derramado por personas que no merecen ni los buenos días? ¿Cuánta rabia hemos acumulado en nuestro interior por ese amigo que no nos ha agradecido nada de lo que hemos hecho por él? Díganme, realmente, ¿no les ha pasado? ¿Y si hablamos de ese aficionado que se mosquea porque su equipo de fútbol pierde un partido y en ocasiones llega a llorar? ¿Y de la niña que llora porque su cabello no queda lo medianamente bien que ella deseaba? Hablando con pura sinceridad, la opinión que tengo sobre estas personas es que son una panda de verdaderos necios. Y sí, puedo incluirme porque, ¿acaso yo no he llorado por alguien que a día de hoy me provoca risa?, ¿acaso no me he mosqueado porque mi pelo ha quedado horrible después de horas intentando arreglarlo?
Ahora, parémonos a pensar.
Si esa persona que llora por un cobarde, aquel que posee rabia en su interior por quien no la merece o esa niña que llora por su pelo siguen manteniéndose en su puesto, díganme, ¿qué será de ellos el día que tengan que trabajar duro para pagar esas facturas que se acumulan encima del mueble del comedor o para darle de comer a sus hijos? ¿Podrán solucionarlo con lágrimas, rabia o ira? ¿Y cuando tengan que gastar un dineral en los libros del colegio de sus hijos? ¿Qué harán cuando se vean con el agua hasta el cuello? ¿Llorar? La sociedad está muy equivocada sobre el término y el hecho de llorar. A medida que pasa el tiempo vamos teniendo una edad en la que debemos saber diferenciar las cosas por las que merece la pena preocuparse. Si eres suficiente mayor y aún no sabes establecer la línea que separa lo esencial de lo prescindible, más vale que aprendas; de lo contrario, vivirás a base de palos. La vida es dura, compañero...

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